Hay curiosos momentos en la vida en que es necesario preguntarse: ¿Qué es esto? ¿Estoy en Marte? ¿Son, acaso, todas iguales?
La lógica de las chicas es algo que me pareció siempre, por ponerlo en términos ingenieriles, “lógica difusa”; es más, se meten conceptos de mecánica cuántica, como el gato de Schrödinger… ya saben, aquel que al mismo tiempo puede estar vivo y muerto, dependiendo de la perspectiva (y si algún físico teórico me está leyendo, disculpen pero hay que simplificar esto). Es curioso que solo en la mente femenina se puede concebir que al mismo tiempo estés bien y mal, que algo sea y a la vez no lo sea… incluso situaciones no opuestas, pero que en cualquier otro contexto sería mutuamente excluyentes.
Pero bueno… eso ya lo sabíamos. Creo que cualquiera que lea esto está consciente de mi teoría de la X (polémica, aunque en mi opinión certera), y aunque me tilden de loco o misógino (o loco misógino, aunque sea asexual la X) mis opiniones son bien conocidas. Hasta hace poco hubiera podido aceptar que podría ser mi simple “vuelta en la feria” la que hablara por mí, que mis experiencias – muy personales y subjetivas – daban tamaño y forma a mi opinión. Y luego platiqué con un amigo.
Mi amigo (que por practicidad y anonimato le llamaré Juanito) viene saliendo de una tormentosa relación, sin duda con sus altos y sus bajos… pero tormentosa sin embargo. El sería el primero en indicar que fue, a todas luces, una relación que le cambió muchas perspectivas. Y una de ellas, y que tangencialmente me cambió las mías, fue la experiencia de las reacciones de su ahora ex ante las vivencias que pasaban. Mientras más platicamos (de forma independiente, he de recalcar) más nos damos cuenta que las chicas deben venir con un chip preprogramado de la misma fábrica, con algoritmos idénticos y un banco de respuestas muy similares… Por ejemplo, como reaccionan ante una eventualidad que nos impide reunirnos con ustedes (i.e., horrible), aunque su reacción cuando ustedes son las de la imposibilidad es completamente diferente (“es que no comprendes!”); y, por supuesto, Dios nos agarre confesados si se nos ocurre puntualizar esta discrepancia (“o sea… vas llevando cuentas?!”).
Por supuesto, que esto bien puede ser un caso de X-Y en vez de chicas-chicos.
Hoy estuve releyendo un tramo de “Un mundo feliz” y recalcan algo que reverberó en mi interior. Casi al final, el “malo que en realidad es bueno pero para propósitos prácticos diremos que es el malo”, Mustafá Mond, está platicando con el “noble héroe de nuestra historia”, el Salvaje John. Mustafá le comenta al Salvaje, que ha vivido toda su vida en una reserva, aislado de la civilización, que en el pasado Dios era algo muy importante entre los humanos. Incluso le indica porqué: cita a algunos filósofos que comentan que Dios se vuelve más trascendental conforme el hombre pierde sus “juegos infantiles”, sus “diversiones de juventud”, etc. Mustafá comenta que, en su sociedad, esto nunca se pierde (puesto que han descubierto la forma de eliminar la vejez) y, por tanto, Dios pierde su importancia, al punto de ya no ser un elemento en la sociedad ni la mente humana.
Y, qué resonó? Pues simple: algo similar pasa con el amor (y no, no hablo de los enamoramientos… hablo del amor), el matrimonio, los hijos. Creo que mientras somos jóvenes, tenemos “libertad”, podemos “disfrutar la vida”, estos temas pasan por nuestra vida solo cuando escuchamos que algún amigo descarriado se casó, tuvo un hijo, etc. Jamás nos detenemos a buscar a esa persona especial, e incluso podemos dejarla pasar aunque pase enfrente de nosotros, nos sonría y nos brinde un pastel de chocolate (aunque yo personalmente prefiero un buen flan). En ocasiones no solo la dejamos pasar, sino que activamente la ahuyentamos, porque… pues porque la vida es corta, y *me están deteniendo!*. Sí, se dan los casos (3 confirmados, en mi experiencia).
Conforme avanzamos en la vida – trabajo, responsabilidades, más dinero pero menos tiempo, más juguetes y menos diversión – nos damos cuenta de que, tal vez, haya algo más allá afuera. Ponemos más atención en aquella amable chica que nos trajo el café, o el guapo chico de la oficina, y pensamos “hmm. Tal vez, solo tal vez…”. Y va creciendo el sentimiento. Si tenemos la suerte de contar con una relación, las cosas se van escalando, vamos haciendo planes, nos mudamos juntos, tal vez boda, hijos, etc. Y descubrimos otro tipo de “libertad”, otra “felicidad” de la que nos platicaban pero no nos la creíamos. Y sí, algunos descubrimos que es horripilante y no tiene nada de bonito, pero no todos. Otros descubrimos la belleza de todo ello.
Tal vez, no se trata de que la nueva generación ya no cree en el matrimonio (como he pensado últimamente). Tal vez, solo tal vez… se trata de que la nueva generación tiene más tiempo para jugar y divertirse antes de que se marchite la rosa y descubramos el resto de la vida. En cuyo caso, solo tengo que aguantar… un poco más…
Quizás, quizás, quizás…