Time, wondrous time
Gave me the blues and then purple pink skies…
Si aquellos nueve meses fueron una montaña rusa emocional, los nueve pasados han sido uno de esos juegos que te sacan disparado al cielo, sin la anticipación de la salida (ni la fila de tres horas para entrar).
Cuando comencé este post, querida lectora, estaba en la fase de “mareado”. El juego ya había acabado, estaba cuestionándome mi juicio de haber entrado, pero aún estaba muy golpeado del viaje como para hacer otra cosa más que sentarme y contemplar mi predilección por las malas decisiones.
Pero ahora? Con un poquito más de perspectiva y de meditación, de últimas conversaciones apilándose una sobre otra, de estar en el metafórico estacionamiento, comenzando a hacer cuentas sobre todo lo que me gasté en esta visita, con un conato de latigazo en el cuello y a la vez triste y feliz de que sea hora de ir a casa… Ahora? Lo que siento es que debo ahondar en mi insistencia de regresar, una y otra vez, a Visceralandia.
Take the words for what they are, a dwindling, mercurial high
A drug that only worked the first few hundred times…
El deseo de regresar está apuntalado de varios lugares: por un lado, la tremenda soledad, esa que tiene una ineludible habilidad de manifestarse, te guste o no, aprovechando el mas mínimo resquicio en tu (cuidadosamente cultivado) mosaico de actividades, buenos pensamientos y endorfinas de noble procedencia. También se alimenta de esos malos hábitos que se disfrazan de buenos, y que como esas hermosas canciones van erosionando, poco a poco, la supuesta fortaleza emocional que has construido; que si bien sirven de catalizador para abrir la válvula de presión emocional, son como un canto de sirena mientras caminas en el borde de un precipicio que conoces bien, y que no por eso se vuelve menos riesgoso.
La verdad es que Visceralandia es un hermoso lugar. No hay nada más delicioso en la vida que sentir, y sentir duro es una droga deliciosa. El vacío en el estómago de la incertidumbre, la ilusion; el fuego que se viene cociendo de años y que, como piloto al que le abrimos repentinamente el gas, está listo para envolvernos con su gloria calurosa; la esperanza, ni inquebrantable ni inmortal, pero resurgente, como fénix, que sugiere que tal vez esta vez, esta vez, es la correcta. Es lo mismo que persigue quien se lanza de un paracaídas, se echa una línea o compra compulsivamente: es perseguir un high que experimentaste alguna vez, que nunca vas a poder experimentar igual y que siempre sera insuficiente en la memoria. Visceralandia bienviene a todos estos, supongo, pero mi acercamiento aquel de quien busca el roce la mano, el entendimiento entre miradas, el lenguaje entre los poros. Busco la chispa y el incendio que le sucede; y veo las cenizas y los cuerpos como un costo necesario, que me resquebraja siempre que lo enfrento pero que jamás me ha detenido antes de iniciar. Es un deseo puramente egoísta, disfrazado de abnegación.
I’m a crumpled up piece of paper lying here…
Hacer cuentas tiene otra particularidad, y es enfrentarse con la confirmacion numerica de una reciente iluminación: vengo cargando con una piedrita muy especial llamada inseguridad. Específicamente, la inseguridad de nunca ser suficiente. Sí, suficiente para ti.
Es difícil apuntar exactamente al origen de este trauma, y más difícil todavía responder si esto significa, por sí mismo, que no estoy listo para una relación. Pero puedo ver claramente los síntomas, dibujados en ese eterno espíritu de complacer que he racionalizado como una disposición a entregarme plenamente al objeto de mi amor. Tal vez sí tenga esa disposición; pero lo innegable es que la utilizo, como un perverso traje de la piel de otro, para cubrir impulsos que no tienen un origen noble. Quiero probarme. Quiero demostrarme. Ante mi, en parte, pero sobre todo ante ti. Quiero tu aprobación.
Inevitablemente, acabo gastado, acabado, asqueado por tu inabilidad de apreciarme, de juzgar apropiadamente mis sacrificios, resentido por la asimetría de la situación. Harto. Resuelto a no repetir, a no volver a dejar que me malvaloren de esta manera. Y así llevo ya casi veinte años. Como un Sísifo que, apenas habiendo alcanzado su cima, pierde la memoria, se pregunta qué hace esa piedra allá abajo, y vuelve a comenzar.
I’m fine with my spite,
And my tears, and my beers and my candles.
No sé a dónde quería llegar con este post. Hasta ahora parece más un vomito verbal que algo productivo. Pero me relaja. Me tranquiliza el ruido mental que de tiempo en tiempo me satura; y en honor a eso lo dejo escrito, y lo publico. Tal vez en un tiempo voltearé a ver esto y pensaré “ay no, otra vez”. Tal vez me alegre de haber salido de ahí. Pero me lo debo. Y si algo he aprendido y reforzado desde hace unos años es a ser un poquito más justo con mis necesidades.
Visceralandia no se va a ir a ningún lado. Es rico abrir el álbum de vez en cuando, y recordar las genuinamente maravillosas experiencias que compartimos ahí. Tal vez lo visitemos de nuevo, juntos. Tal vez vaya con diferente compañía; tal vez aprenda algún oscuro secreto de los lamas para disfrutarlo por mi cuenta. Pero sé que no lo puedo dejar; todos tenemos nuestras adicciones. Espero que verlo en ese contexto sea, al menos, suficiente para no perderme ahí adentro, y con un poco de suerte, evitar una visita al médico después.
Sobre todo cuando el médico te manda a casa con puro paracetamol.