Memorias de la facultad: el primer semestre

Con el motivo de mi próxima titulación, “Memorias de la facultad” es una serie donde recuerdo mis días en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.

Hace casi ya 9 años de mi ingreso a la Facultad de Ingeniería (WTF, es en serio?? NUEVE años?? Damn…) y cada vez que recuerdo aquella época, una mezcla de vergüenza y agradecimiento regresa a mi mente. Y es que, hace 9 años, yo era el más inteligente del planeta, verán. La Facultad era un mero trámite, un tope en mi camino a… bueno, no tenía muy claro a donde, pero seguro iba a llegar hasta donde me propusiera y más lejos aún. Solo era cuestión de pasar este aburrido periodo sin dormirme demasiado.

(Notese: continuo en 2020 con este post que quedo pendiente desde 2012. Me acabe titulando en el 2017, btw).

En fin, en aquella epoca yo estaba convencido que la Facultad no tenia mucho que ofrecerme en terminos de aprendizaje. Honestamente pensaba que su principal contribucion a mi vida iba a ser las conexiones que pudiera hacer para mi vida laboral (algo que, curiosamente, si acabo siendo una de las principales contribuciones, al final de cuentas, pero no de la forma que yo pensaba). Y pues, lo mas logico paso: me acabe dando de topes contra la pared conocida como “el anexo”.

Para quien no lo conoce, “el anexo” es como le llaman a la “segunda” parte de la Facultad de Ingenieria de la UNAM, ubicada aproximadamente a un kilometro de distancia, a un costado de la Fac. de Contaduria y Administracion. Pero en otro sentido, “el anexo” es mas que una ubicacion: es el filtro en el que se quedan muchos aspirantes a ingenieros, donde se imparten las clases fundamentales de la carrera (matematicas, principalmente), donde se conoce por primera vez lo que significa estudiar en la FI. Y a mi, el anexo me comio vivo en mi primer semestre.

La primera dificultad no tuvo nada que ver con calificaciones, pero si con seriedad. Uno de mis principales problemas en la preparatoria fueron las faltas (no porque no fuera a la escuela, sino porque era mi especialidad “volarme” clases para ir a fumar, o jugar ajedrez, o simplemente para demostrar que era TAN inteligente y TAN capaz que podia burlarme de sus reglas). En el primer semestre, llevaba yo una clase de Fisica que tenia asociada una clase extra, de laboratorio (algo comun en la FI pero completamente nuevo para mi, puesto que en la preparatoria los laboratorios iban integrados en los horarios de las clases teoricas). Los laboratorios venian con sus propias reglas. En el caso de este laboratorio, habia que llevar una bata (limpia y sin arrugar), habia que llegar a tiempo (la puerta se cerraba a la hora de clase mas dos minutos, y se volvia a abrir aproximadamente diez minutos despues con retardo; tres retardos eran una falta), y habia que llevar el cuestionario previo, resuelto. Ah, y tres faltas reprobaban el laboratorio automaticamente – y reprobar el laboratorio reprobaba automaticamente la clase teorica.

Yo se que cualquier persona medianamente responsable lee estos requerimientos y dice “ok, suenan razonables, y es completamente factible tomar esta clase sin reprobar”. Pero yo venia sintiendome la persona mas brillante que habia pasado por estos salones, y eso se extendia tambien a mi acercamiento a lo que era solicitado de mi. Y por lo tanto acabe con tres faltas (la ultima, muy jocosamente, fue causada por un hamster al que no sabia donde dejar) y una materia reprobada. 

A geometria analitica la abandone porque saque algo asi como 25 en el primer examen parcial. Quien se iba a imaginar que me sentia tan habil en matematicas en la preparatoria, no porque fuera muy bueno, sino porque me habian enseñado apenas una fraccion de lo que enseñaban en otras escuelas? Deje de ir a esa materia mas o menos a la mitad del semestre, y poco despues deje de ir a Cultura y Comunicacion porque “que flojera, a quien le interesa la literatura?”

A Algebra y Calculo I pude haberlas salvado. Pero para ese entonces ya habia perdido interes en la escuela, y aunque iba a las clases ya no me presente para el tercer parcial (ni el final). Acabe mi primer semestre reprobando cada una de las materias que tenia asignadas.

Ese intersemestre hable con mi papa y le dije que no queria seguir estudiando ingenieria. Mi papa nunca fue estricto conmigo; siempre tomaba en cuenta mi opinion y en general me dejaba tomar mis propias decisiones, sobre todo en temas de escuela. Pero esa vez se puso muy, muy serio, y despues de averiguar exactamente que habia pasado en el semestre (porque, hasta ese momento, el pensaba que yo “iba bien”) me dijo que tenia dos opciones: podia estudiar con el para emparejarme, y presentarme el siguiente semestre para empezar de nuevo, o irme buscando donde vivir. 

El siguiente semestre acabe esas cinco materias (y una mas, creo) con no menos de 9 en cada una. Geometria Analitica, en particular, acabe con 10. Casi veinte años despues, puedo decir que esa intervencion de mi papa fue uno de los principales puntos de inflexion en mi vida.

Gracias, papa.

Memorias de la facultad: Examen de admisión

Con el motivo de mi próxima titulación, “Memorias de la facultad” es una serie donde recuerdo mis días en la Facultad de Ingeniería de la UNAM.

Mi examen de admisión a la UNAM fue el domingo 2 de marzo de 2003, a las 8 AM. Vaya que si recuerdo bien la fecha y hora.

En México, para los que no se lo sepan, la UNAM es la mayor (y, en mi humilde opinión, la mejor) universidad del país. Por número de alumnos, es aproximadamente un 50% más grande que la segunda mayor universidad del país, el Instituto Politécnico Nacional. Por extensión territorial, es inmensa: conjuntando todas sus instalaciones excede las 700 hectáreas (es decir, el doble del tamaño de Londres, o más del triple que Mónaco) y su campus principal (300 hectáreas) es Patrimonio de la Humanidad.

Más aún: en México, entrar en la UNAM es algo especial. Cada año se ofrecen alrededor de 15,000 espacios para nuevos alumnos; y cada año, más de 150,000 alumnos buscan un lugar. Que por estadística tengas una probabilidad de 1/10 de entrar es suficientemente malo, pero la realidad es que no para todos es igual. En la última convocatoria de la Facultad de Ingeniería, para la carrera de Ingeniería en Computación aplicaron 960 personas (de las cuales “solo” 876 presentaron examen): 42 fueron seleccionados. 4.7% de probabilidad estadística. Uff…

Yo creo que en mi año eramos más estúpidos, porque cada año el ingreso depende de tu calificación, y de la calificación del top 40 (o cuanto lugares sean ofertados). Si tu calificación está entre esas mejores X, tienes lugar. Para desempates: promedio de prepa y otras particularidades de tus trámites. El punto es que el año pasado, el corte estuvo alrededor de 92 aciertos (de 120, si las cosas siguen igual); yo entré con 86. En fin, así es la vida. Niños estúpidos de hoy, no odien a uno de su clase por tener suerte de nacer 10 años antes que ustedes.

Pero… cómo llegamos a ese punto? Ah, la historia es corta pero divertida. La noche anterior, salí con mis hermanos. Hubo alcohol, desvelada, cigarros… y acabé llegando a mi casa a las 4 AM. Evidentemente cansado, y con el compromiso de ver a mis amigos a las 7 AM para irnos al examen, tuve la brillante idea de dormir una hora. Les digo que eramos más estúpidos en mi época. Total que puse la alarma, me dormí… y mi alarma pasó sin pena ni gloria, porque no escuché absolutamente nada. Siendo domingo, y mis papás teniendo el sueño muy pesado (como yo), supusieron que se me olvidó apagar la alarma para el fin de semana, y la silenciaron por mí. Obviamente, yo estaba en un sueño tan profundo que ni cuenta me dí. Y cuando desperté, ni el dinosaurio ni mi consciencia estaban ahí. Me tomó un par de segundos recordar – domingo, examen… sol, ya da el sol en la ventana! Putamadre, qué hora es??

7.45

Horror. Ensoñaciones de padres decepcionados, compañeros burlones y el eterno arrepentimiento de tomarme ese último tequila. Desperté a mi papá como loco – “Pá, pá, levántate ya, LEVÁNTATE QUE SE ME HIZO TARDE! YA NO LLEGO A MI EXAMEN!!” y, en una de las mejores actuaciones al volante que he visto en mi vida, llegamos del centro de la ciudad a Constituyentes en 15 mins. Estos fueron los sustos que le agudizaron la diabetes a mi mamá, estoy convencido. Y apenas llegamos… 8.05 AM. El de la puerta me vió medio feo (iba yo en un estado híbrido-etílico que solo puedo denominar como crupedo; ojeroso, sin bañarme y con el cabello hecho moronas), pero finalmente traía mi hojita y mi identificación, y me dejaron pasar. De reojo ví los restos de la mañana: los cordoncitos esos que utilizan en el cine y en el banco para hacer una fila, la banqueta tapizada de papelitos, virutas y vendedores cuyo stock no se acabó, pero que hicieron una buena venta. Caray, igual que cuando fuí a registrarme para el examen… ahí vendían los lápices a 10 pesos! Jajaj… a…. umm….

Fuck. No traigo lápiz.

Llegué a mi salón asignado y (muy afortunadamente) me encontré a un amigo de mi prepa. Al llegar repetí el proceso de la mirada del vigilante de la puerta multiplicado por 40: los presentes aspirantes y la encargada de brindarnos las instrucciones para resolver el examen. Ignorando completamente las mismas instrucciones que escuche 40 veces en los cursitos que nos dieron en la prepa para preparnos (“…recuerden llenar completamente el círculo correspondiente a su selección. En la primera página encontrarán ejemplos de formas correctas e incorrectas de llenarlos…”) volteé con mi amigo (“tienes un lápiz que me prestes?”) y después de ver su cara de desaprobación por mi crupedez, me prestó su lápiz de “entrenamiento”, ese al que le quedaba media vida y que no tenía mucha punta. Pero bueno, limosnero con garrote no soy.

Súper. Tengo lápiz, estoy aquí, ya no me pueden sacar. A darle átomos!

Cuando volví a levantar la cara había terminado mi primera sección, y *todos* los aspirantes seguían ahí. Volteé a ver el reloj y faltaba algo así como hora y media para que terminara nuestro tiempo. Pensé “no, esto no es normal” y le dí una revisada al examen. No, todo perfecto: la mitocondria sí sintetiza ATP y Gabriel García Márquez sí es un representante del realismo mágico. Sigo sin saber que onda con los iones hidróxidos pero eso no va a cambiar en la siguiente hora y media. Zaz, ya es hora y cuarto. Volteo a mi alrededor (muy consciente de que en esto o se es súper sutil o súper obvio, porque algo intermedio solo va a lograr que te saquen) y todos están enfrascados en su examen. Chale. Pues lo que vaya a pasar va a pasar. Entrego mi examen y me salí.

Allá afuera, en el medio tiempo, fumé unos cigarros y esperé a mis amigos. Escuchaba conversaciones típicas (“ATP? No seas mensa, las mitocondrias son las que segregan clorifila!”), con mayor o menor desesperación en la voz (“no mames. Ya es mi tercer examen de estos y se ponen más cabrones cada vez”). Finalmente salió uno de mis amigos comentando que estuvo bien fácil. Yo me quedé pensando en aquello de las mitocondrias (“será que la biología cambió durante la peda de anoche?”) y que, a los únicos que ví salir alrededor del tiempo que yo salí, fue a tres o cuatro chavitos que se fueron bien nerviosos, con todo y mochila, lejos de ese lugar. A lo mejor vieron el examen y les dió miedo la dificultad, a lo mejor eran contratados para ir, anotar las preguntas, y salir volando. Como fuera, los “confiados” (esos que salen antes que todos, pero no *tan* antes) salieron como a 30 mins de acabar el tiempo, y la VASTA mayoría salió en manada 5 mins después de acabarse el reloj. La obligatoria intervención de “porqué no llegaste a las 7”, “apestas a alcohol – toma este chicle” y “no mamen, ese wy llegó pidiendo un lápiz” hizo que se pasara rápido el tiempo, y como si nada ya teníamos que entrar a terminar el examen.

La segunda parte fue mate, historia, y otras menudencias. Igual salí con mucho tiempo de sobra, y francamente para cuando acabé ya ni revisé. Aquí me empezó a pegar el sueño, la briaguez y la absoluta falta de revisión de temas en la última semana, y comenzé a llenar bolitas como a dos pasos del “ave maría”. Respuesta que se viera bien, respuesta que recibía una bolita llena. No me importaba mucho recordar mis clases, o las notas de estudio, porque francamente lo que quería hacer más que otra cosa en el mundo era vomitar y dormir.

Para cuando salieron mis amigos llevaba yo como 6 cigarros en el día, hubiera dado mi brazo izquierdo por unos lentes oscuros, y a mis amigos se les ocurrió la brillante idea de irse caminando al metro (y claro, como nadie de nosotros conocía la ciudad en aquellos días mozos, acabamos caminando hasta el metro Chilpancingo). Llegué a mi casa hecho una piltrafa, identifiqué mi cama, y me dispuse a dormir. Y dormir…

Las siguientes semanas trajeron terribles sentimientos de culpa, pues todos mis amigos tenían asombrosas habilidades que yo no, como por ejemplo recordar qué demonios contestaron en el examen. Para cuando llegaron los resultados a mí ya me valía pepino: estaba convencido de que no me había quedado, no había forma de que un briago contestara suficientes reactivos para quedarse en geológica (50 aciertos necesarios), mucho menos para computación. El día que iban a salir los resultados, me despertó un amigo (el mismo del lápiz) preguntándome que si me había quedado; en aquella época no teníamos twitter. Le dije que no (“ehh? quién habla? Aquí no vive Sergio, puto, déjame dormir!”) y me comentó que podía ir a comprar la gaceta al puesto de periódicos, porque la página de internet tenía algo raro y no se podía entrar. Ya despierto, pues qué más iba a hacer.

Folio 1234… a ver aquí están los 1000…. 1200… 1234…

1234 A

Ah, no mamar. “A” de “A huevo que te quedaste, chavo, pásale pa’cá!” “A” de “A que no te la crees, pinche borracho.” “A” de “Aceptado”.

“A” de “Aceptado”.

En otras casas, esta historia estaría seguida de unos tamales, o la familia saliendo a celebrar, o no sé, un puerco sacrificado ceremonialmente. Definitivamente algo que tuviera que ver con comida, porque en México celebramos toda ocasión especial con una comida que nos acercará un poquitín más a la muerte temprana (por la comida o por los alcoholes). En mi casa, bendito sea Buda, el anuncio recibió un “pues felicidades!” y todos seguimos en nuestras actividades normales. Yo me sentí… aliviado, más que nada. Podía continuar mi caminito.